El embarque de las primeras mujeres cadetes

Es una mañana otoñal y el termómetro no supera los 12°C; el edificio de la Escuela Naval de Valparaíso expele frío desde sus muros exteriores. El océano corrobora la baja temperatura con una espesa bruma que se prolonga hacia todo lo que está a la intemperie. Sin embargo, el personal del recinto anda, como si nada, con sus uniformes manga corta, ajeno a ese aire helado que, típico, eriza la piel. Estoicismo y sacrificio, son conceptos que se instalan en el pensamiento al verlos, hasta que se da la oportunidad de conversar con un grupo de cadetes femeninas que tras el relato de su experiencia, ya no es estoicismo sino compromiso, ya no es sacrificio sino desafío.

Camila Ovalle, Marcia Miranda, Daniela Arrué y Marcela Almarza, son parte de esta primera generación de mujeres cadetes, cursan tercer año y están entre las primeras de un contingente que el 2011 deberá cumplir el primer crucero de instrucción mixto en el buque escuela Esmeralda.

"Ellos también lloran"

Ellas saben de la responsabilidad que esto significa y se lo han tomado en serio, adaptándose a las exigencias de un mundo eminentemente varonil. "No es así" corrige Marcia que desde chica estudió en el Liceo Carmela Carvajal, mixto, por lo que la convivencia con hombres no le es novedosa. Con sus compañeras, a estas alturas, tiene capacidad de ver con mucha naturalidad esta apuesta de la Armada que abrió las puertas de todos sus estamentos a las chilenas en medio de una suerte de mitos que vale explorar a través del testimonio de las directas involucradas.

Y es que, siempre está de por medio el fantasma de las discriminación -positiva o negativa- sustentado en que las mujeres son frágiles, lloronas y refractarias a acatar órdenes, además de ser "enrolladas" y sufrir altibajos de carácter hormonal y emocional durante los 30 días del mes. "Pero si ellos también lloran", dicen en conjunto.

Pero en la Escuela, afortunadamente, no hay cabida para este tipo de prejuicios; por el contrario, se da espacio a una serie de desafíos en los que más que la necesidad de derrotar estas apreciaciones se impone la posibilidad de demostrar capacidades. "Venimos a darle un plus a la carrera naval, a complementar no a competir con los hombres", argumenta Camila, hija de marino.

La palabra discriminación no sale nunca de ellas, que también coinciden en que jamás han dudado de su opción, pese a quienes leen en su decisión un camino arriesgado por la falta de existencia de mujeres oficiales egresadas de la Escuela Naval.

Nada importa, ni siquiera que la jornada empiece a las seis de la mañana con una ducha fría que activa hasta el último filamento del cuerpo o reglas estrictas que son parte de la rutina en la que no existe la frivolidad. Si, porque mientras más de la mitad de Chile seguía el fatídico desenlace de los personajes de "¿Dónde está Elisa"?, estas reclutas nunca se preocuparon de los dramones de la familia Domínguez. Igual, poco y nada saben de "Pelotón" o "1810", porque como alguien anota, ellas viven su propio reality. Apenas tienen tiempo para estudiar y hacer actividades compatibles con las exigencias físicas. Es quizás en este punto donde hay una única diferenciación con sus pares masculinos, atendiendo a que hay algunos ejercicios en que claramente el rendimiento femenino no se puede equiparar. "Eso no significa que adquiramos una actitud poco femenina como muchos piensan", defiende Marcela, quien reconoce que la actividad física es de alta exigencia y le costó en especial enfrentar las pruebas de natación. De no saber siquiera flotar, pasó a cubrir tramos de 300 a 400 metros parte de su entrenamiento.

Así están sacando la cara por las mujeres, expectantes ante un futuro que ellas empiezan a trazar para el resto de sus compatriotas que vengan después. "Es difícil llevar una vida integral en el deporte, las notas, cumplir un régimen militar al que uno no está acostumbrado. Si a uno le gusta se esfuerza y sale adelante, pero llevarlo todo en conjunto es difícil", confiesa Daniela.

Costos y romances

Al hablar del mayor costo por haber optado por la carrera naval, apelan por unanimidad al despegue de su núcleo familiar, por lo que el primer año resulta el más difícil. Entre las anécdotas en esos 12 primeros meses está la obligatoriedad de comerse toda la comida que les sirven en el plato lo que para algunas puede ser un atentado a la línea, pese a que la alimentación está bajo el control de una nutricionista. Camila recuerda haber subido 10 kilos el primer año; no obstante, la actividad deportiva le permitió después equilibrar su figura.

Hoy lucen esbeltas y orgullosas el uniforme que algunas llevan como un desafío, otras como una aventura que comparten a la par con sus compañeros varones quienes la han integrado con espíritu de cooperación y compañerismo.

Inevitable que surja el romance; era que no, más aún si comparten prácticamente las 24 horas, obviamente a excepción de los camerines y las duchas. Marcia es una de las que tiene en la Escuela a su pololo, Manuel, también cadete; saben que dentro de los muros de la institución no pueden manifestar su relación y lo acatan con disciplina. Pero prohibido no está.

Así, juntas valoran el aporte que han sido no sólo para la Armada, también para sus compañeros de Escuela con quienes han aprendido el intercambio de beneficios. Destacan que ellos aprecian la innata capacidad de organización de la mujeres; en tanto que ellas admiran el pragmatismo y poder de reflexión de ellos. Al evaluar la incorporación de la mujeres cadetes en la Armada, todos se detienen en la gran responsabilidad que tienen como generación pionera a la vez que admiten que este proceso marca un salto en el rol de la mujer el Chile, más aún con el impulso y ejemplo de Michelle Bachelet en su ejercicio como Presidenta.

Fuente: El Mercurio de Valparaíso